
Una vez tuve un amigo al que dejé frente al mar. Mis planes eran tan grandiosos que no podía permitirme la rutina. Tenía que irme, alejarme para sólo pertenecer al camino.
Los caminantes vivimos en esa constante disyuntiva entre el amor al viento y los lazos que creamos. Supongo que en parte somos egoístas pero no es una elección, estamos hasta que la infelicidad viene a colarse entre los días. Vuelve la necesidad de recorrer distancias y ver noches nuevas, otras estrellas.
En ocasiones tengo ganas de permanecer y desear la estabilidad y el sofá junto al fuego pero junto a la calidez, la ventana vigila las infinitas posibilidades y entonces, vuelve la hora de correr.
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