
No me da pena su infelicidad actual porque a final de cuentas ella la eligió y debe saber por qué.
Sólo me da pena la mitad de sí misma que perdió en el camino, me da pena cuando sus ojos se iluminan de recuerdos, cuando recorre su época de universidad, cuando peleaba y creía, cuando no era lo que es hoy, cuando podía ser más, ser todo. Y creo que ella también sufre mientras habla de cocina y ropa. Sufre porque le recuerdo la fuerza y la fe en el destino que ella decidió eliminar con el mismo secreto familiar que usa para el vino.
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