26 de febrero de 2011

Jaime



Jaime no tenía nada de lagarto, su voz se reordenaba a cada momento. Sus brazos giraban y se detenían como guiados por otras manos pero caminábamos y la lluvia le sentaba bien.

Su pelo se llenó de gotas y brillaba ese día como nunca antes (y nunca después), sus jeans comprados hace menos de un mes con la plata de su viejo, su polera sin nada que contar y sus manos que vibran. Las venas bajo su piel se requiebran y ondulan, serpientes de apoderan de su carne, serpientes azules y rojas cubiertas de escamas que parecen piel, sus venas y las de víbora se mezclan, se confunden y por un segundo todo su cuerpo es onda, movimiento. Sus muñecas bailan a la velocidad de un cometa en busca de la gravedad final.

Es lagarto, hipnótico mientras camina, mientras susurra nuevas travesuras para hacer, nuevas palabras y juegos.
Su voz se prolonga y se propaga por el espacio y el único sonido capaz de salvarnos es él el y su paraiso el y sus caminos el contorno de sus caderas el revoloteo de sus pestañas el pecado de su boca (su boca).

Hermoso, hermosa silueta hermana, tan joven y luego, milenario. Un árbol, fuerte y lleno de vida pero de la misma forma herido, mil veces herido. Sólo sus ojos recuerdan las batallas ganadas.

Jaime del éter, Jaime lagarto y Jaime árbol. Jaime escondido, Jaime que juega, Jaime vivo.

No hay comentarios: