El suave bálsamo parecía curarle las penas, cerrar sus ojos con paz y seda. Y aunque el dolor permanecía, se quedaba dormido en su regazo mientras todo perdía importancia.
La caricia comprensiva del látigo dorado calmaba sus ansias, la anestesiaba y la guiaba al mundo de mentirse.
La música la abrazaba como una marioneta bien dispuesta y su cuerpo se mecía sin ver final.

No hay comentarios:
Publicar un comentario