
Cuando terminaba la semana de trabajo iba a su departamento, dejaba los zapatos en el armario y después de una ducha corta salía con su mejor ropa a emborracharse y si tenía suerte uno o dos polvos. No recordaba nombres, no era necesario, usaba a los hombres y los dejaba en el armario junto a sus zapatos de tacón. Ellos no se quejaban, sabían desde un principio las reglas del juego, entras sales fumas un cigarro inventas un numero falso y te vas, cierras la puerta tras de ti para no volver.
No quería interrupciones, ni compromisos ni responsabilidades. El trabajo era lo suficientemente cansador. Ella tenía amigos de esos superficiales que invitas a salir y a tomar, sin más. No le gustaba la gente melodramática “ayy murió mi mamá” “ayy me acaban de despedir” “ayy Federico me dejó” ayy esto ayy lo otro. La aburrían. Todo la aburría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario